Hambre*

Hora del rancho para los prisioneros del campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) (Biblioteca Nacional de España)

"Hay una comida tan nutritiva y abundante que muchos prisioneros están enfermos de comer demasiado". Extracto de una crónica propagandística, publicada en los diarios del Movimiento, sobre la vida "idílica" en los campos de concentración franquistas.

"Nos daban de comer cada día dos sardinas en lata y un pequeño trozo de pan. Había mujeres que tenían niños pequeños y cuando pedían más comida porque en su pecho apenas tenían leche para amamantar a sus hijos, las insultaban y las humillaban". Rosario Sánchez, prisionera en el campo de concentración de Los Almendros (Alicante).

"Los seis primeros días nos tuvieron sin suministro, de tal manera que algunos llegaron a comer hierba; cuando llevaron las primeras raciones, el desorden fue tal que los vigilantes utilizaron las ametralladoras y algunos murieron". Juan Pulido, prisionero en el campo de concentración de La Granjuela (Córdoba).

"Cada día moría gente de hambre [...]. Se quitaron la responsabilidad de encima, no quisieron saber nada". Bonifaci Espín, prisionero del campo de concentración del estadio Viejo Chamartín, en el que jugaba el Real Madrid.

"Vi hacer cientos de veces la comida, si es que se le puede llamar así. Aquello era agua negra. Echaba unas castañas, ¡no muchas!, ¡no muchas! Al que le tocaba una castaña pilonga era feliz". Eduardo Pérez Míguez, monaguillo y testigo de lo ocurrido en el campo de concentración de Santa María de Oia (Pontevedra).

"Era un cementerio viviente. Los veías vagar famélicos, acobardados, con la mirada perdida. Nos veían comer y cuando íbamos a tirar un musgo de patata sin pelar o un pedazo de carne con hueso nos decían que no lo tirásemos, que se lo diéramos". Soldado de la guardia franquista del campo de concentración de Arnao en Figueras (Asturias).

"Yo escarbaba en los desechos de la enfermería. Mondaduras de patatas, de nabos, de zanahorias, cortezas de naranjas, todo esto revuelto con gasas ensangrentadas y llenas de pus. Todas aquellas porquerías las lavaba con agua del aljibe, a su vez llena de piojos porque con aquella agua nos lavábamos la ropa. El día que me comía 300 o 400 gramos de aquellos suculentos manjares, yo me decía "hoy ya no me muero"". Andrés Iniesta, prisionero en el campo de concentración de Uclés (Cuenca).

"Los cocineros habían tirado un hueso mondo y lirondo, sin carne, y cuando un perro vagabundo lo cogió, un prisionero se abalanzó para quitárselo. Fue una pelea... lamentable... y el hombre acabó con el brazo izquierdo destrozado". Luis Ortiz Alfau, prisionero en un batallón de trabajos forzados.

*Breve selección de testimonios publicados en Los campos de concentración de Franco (Ediciones B, 2019). En la obra se citan detalladamente las fuentes de las que han sido extraídos.